– Francisco sonríe mientras se mesa la barba, … esto no lo ha visto nadie en muchos años, … quizás siglos – me comenta al pie de la torre de la catedral. La capa de palomina tiene más de un metro en algunos sitios, y eso no se acumula en dos días. Paco me enseña las fotos, lleva ya tantas hechas como contenedores de palomina ha sacado fuera. – Si quieres verlo tienes que trepar por el andamio, es una oportunidad única, quién sabe cuando se volverá a subir ahí, nosotros seguro que no – me dice entre risas. El susto de subir por un esbelto andamio ha tenido su recompensa, lo que tengo delante sobrecoge. Estoy sobre la Capilla del Tesoro, en la Catedral Primada de Toledo, en un espacio sellado hace mucho tiempo, por encima de la bóveda de mocárabes que constituye el techo de esta estancia.

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Esta conversación, telegrafiada como una charla reciente, se produjo hace varios años, en el ámbito de un día de trabajo en el casco histórico de nuestra ciudad. Francisco Gómez Higueras, en aquella época maestro de obras de la Catedral Primada, tenía entre manos una complicada labor: eliminar un desagradable olor a palomina que de forma permanente se apreciaba en la Capilla del Tesoro, en la base de la torre de la catedral. Circunstancia muy común, ésta del olor a palomina, en los edificios antiguos, y a veces no muy antiguos, de nuestra ciudad. Los cambios de temperatura, humedad, y los movimientos de aire asociados a variaciones de la presión atmosférica, hacen que las acumulaciones de excremento de las palomas, localizados en tejados, cámaras y camaranchones, huelan de forma más intensa y persistente en determinadas épocas de año. El asunto es que en la Capilla del Tesoro olía a mil demonios, pero no se entendía de donde podría venir el olor, siendo la capilla un espacio interior púlcramente cuidado y mantenido. Tras darle vueltas al enigma se pudo advertir exteriormente, en la cara sur de la torre de la catedral, una estrecha aunque esbelta ventana, que nadie sabía en la catedral hacía donde se abría interiormente. Su vano se abría ligeramente, en altura, por encima de la bóveda de la capilla del Tesoro.

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Ninguna de las estancias conocidas del templo tenía esa ventana, con lo que parecía claro que había un espacio clausurado por encima de la capilla. También se pudo advertir que las palomas entraban a discreción a este pétreo fortín y que por supuesto realizaban sus necesidades sobre la cobertura del Tesoro, y de ahí el olor que se apreciaba abajo. Pero todavía había incógnitas por resolver. Desde abajo, en la plaza del ayuntamiento, al pie de la torre, ya se veía que el ámbito de la ventana era muy estrecho, desde ahí no se podía acceder, y romper la ventana o la bóveda de mocárabes era inviable. Esto hizo pensar al personal de mantenimiento de la Primada que la bóveda de mocárabes tenía algún portillo oculto en su trazado, en este caso siendo imprescindible su existencia, porque este tipo de techumbres, si se ejecutan en madera, suelen ir colgadas de numerosos nabos que soportan las piñas y cubos de mocábes, y esta labor se realiza desde arriba anclando a una estructura auxiliar todos los racimos y pinjantes. ¿Pero por dónde salieron los alarifes una vez ejecutado todo el trabajo?

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Toda la estructura de la torre es de piedra en su parte baja, y no se advertía ningún paso en sus paramentos y pisos superiores. La búsqueda del portillo fue infructuosa, ninguna parte de los mocárabes se movía, ni presentaba trazas de giros, goznes o pasadores. La labor de estucado, policromado y dorado de la techumbre de madera tapó los resquicios que el maestro carpintero dejó tras de sí. Sólo quedaba un punto débil en la fortaleza, hacer un butrón interiormente, en la parte alta de la ventana de la capilla del Tesoro que da a la Calle Arco de Palacio, desde ahí se pudo acceder, con el menor impacto posible y rompiendo yesones y unos pocos ladrillos, a la cámara clausurada.

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Este espacio, olvidado en el tiempo, es grandioso. Potentes y ciclópeas nervaduras de granito, a modo de nervios de un paraguas, cruzan de lado a lado sobre mi cabeza. La clave de la bóveda está decorada, en su tiempo la capilla del Tesoro tuvo este techo visto. Bajo mis pies, unos tablones me permiten observar la estructura de madera que soporta la bóveda de mocárabes, estructura que está fuertemente acodalada en todas direcciones contra la obra de cantería.

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Por debajo de esta estructura se disponen jairas, atacías y el sinfín de piezas que montan el extraordinario rompecabezas geométrico que decora el techo de la Capilla del Tesoro. Los mocárabes se forman con piezas prismáticas llamadas adarajas, su sección puede ser rectangular, triangular o romboidal, y juntas, acopladas unas con otras, pueden forman múltiples diseños geométricos.

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Si los conjuntos de adarajas se descuelgan sobre un vástago central llamado nabo,se forman lo que llamamos piñas, y si se disponen formando concavidades el motivo decorativo se llamará cubo de mocárabes.

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Piñas y cubos se despliegan, de forma bastante habitual, como elementos decorativos aislados de numerosas techumbres de nuestro país. Lo que no resulta tan común es la existencia de techos completos de estancias cubiertos por mocárabes. En nuestra singular ciudad, como no podría ser de otra manera, tenemos dos excepcionales ejemplares de techumbres de mocárabes, la ya mencionada del Tesoro y la que cubre parcialmente la Capilla de Santa Catalina, en la Iglesia de El Salvador. Existen también menciones históricas del expolio de una techumbre de mocárabes ubicada en tiempos sobre el presbiterio de la iglesia del Convento de Madre de Dios.

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Disparo todas las fotos que puedo y me despido de este espacio para siempre, como dice Paco aquí será muy difícil volver a subir, … aunque quizás no …, al limpiar la palomina desde arriba se descubrió el portillo que estaba lodado por la inmundicia y ahora ya si es practicable. Las fotografías que tomé hace años dormían aburridas sin provecho en un rincón de las cosas pendientes por publicar o contar. Espero que puedan ser de interés para los seguidores de nuestro blog y testimonio de lo mucho que esconde nuestra ciudad. Agradecer la generosidad de Francisco Gómez Higueras por compartir el descubrimiento realizado y al Cabildo de la Catedral Primada por facilitar en su momento el acceso al mismo.

por Jose María Gutiérrez Arias
 
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