Fábula de la termita y la novicia

Álvaro Sánchez Ballesteros

Siervas-Antes_001La curiosidad y la voracidad siempre fueron buenas virtudes de la termita. Aquella mañana la creciente colonia seguía saliendo constante e infatigable desde su termitero cercano a la plaza de San Nicolás. Ninguna de ellas recordaba desde cuando llevaban trabajando en tan bello jardín. La reina, un magnífico ejemplar de termita subterránea, inició su colonia hace más de treinta años.  Desconocía si alguna de sus cientos de hermanas llegaría a terminar su vuelo nupcial en el mismo parterre, perdiendo las alas y dedicándose a la dura tarea de ser cabeza de familia.

Cada una de sus hijas adoptaba una casta diferente que las hacía trabajar en tres grupos.  Las obreras  eran asexuadas e inmaduras, pero trabajan incansablemente en la construcción de túneles y además alimentan y cuidan al resto de sus hermanas. Las soldado eran fuertes y contaban con unas grandes mandíbulas para defender el termitero. Y por último las termitas aladas, príncipes y princesas que como su madre, salían en primavera para intentar fundar una nueva familia.

Las hormigas blancas eran ante todo meticulosas escultoras de la madera, capaces de esculpir y crear infinidad de canales por los que recorrían hasta varios edificios. Así es como tras largos años de trabajo,  llegaron al Convento de la Calle Sillería decididas a crear su obra prima.

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No mucho más tarde, una servicial novicia decidió hacer un servicio a su comunidad repintando las estructuras de madera de todo el convento. Agarró el cubo de pintura sintética y a buena fe, comenzó a aplicar una capa opaca de laca marrón. Una vez seca la pintura, la madera se volvió más húmeda y menos transpirable, un medio ideal para nuestra principal protagonista.

La termita cogió sus herramientas y trepó incansable por troncos, palos, suelos, puertas, ventanas,  pilares, vigas…  e incluso destreparon algún que otro tramo por canales de barro que construían  para taparse de la nociva luz. En cada sitio se detuvo y talló: aquí una amplia galería, ahí una red de caminos, allí una pequeña estancia. Y la pequeña termita, silenciosa, que en principio no era nada, hizo un universo de vías en la madera con millones de esculturas hojaldradas.

Sor Jimena hace tiempo que dejó el noviciado. Hoy es la hermana mayor de la congregación, dedica su tiempo al cuidado de enfermos. Y entre cuidados y curas el inmueble se resiente. La paz con la que vivieron termita y religiosa ya no es posible, la sociabilidad del parásito ha sido aceptada hasta que ha puesto en peligro a habitáculo y habitante.  Se apreciaban daños irreversibles (hasta ahora ocultos por la traicionera pintura) en la viga maestra del patio que amenazaban con colapsar la estructura.

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Aparecen ahora los personajes secundarios del cuento: el constructor, el arquitecto, el controlador de plagas, el restaurador… todos ellos necesarios, pero evitables si se hubiese descubierto el tumor con anterioridad.  A estas alturas del cuento, tras un análisis del estado de la estructura y del alcance de los daños generados por nuestro pequeño protagonista, sólo actuar coherentemente podría solucionar el daño.  La batalla entre anfitrionas e inquilinas ha comenzado.

La voracidad del xilófago hace que el espesor de la sección útil de las vigas se transforme en el de una fina rama, la termita caprichosa respeta el sólido duramen. Se sustituyen los elementos estructurales dañados: entramados, viguería, pies derechos, zapatas, solados, carpinterías. La madera se trata con una combinación de inyección de productos inhibidores de la quitina en piezas y muros, pulverización en superficie, y cebos en sótanos. La humedad del inmueble se combate picando revocos de cemento en los sótanos, saneando fugas de saneamiento y bajantes, redirigiendo la molesta chimenea de salida de gases, vaciando los escombros de pozo y aljibe.

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Tras ocho meses de enfrentamiento, parece que la termita retrasa su frente. La paciencia y la perseverancia de las residentes ha conseguido ganar el conflicto, pero bien saben que sólo erradicando el foco se eliminará la plaga. La victoria es temporal. Tendrán que permanecer alerta para que la termita no pase a ser de nuevo residente habitual.

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Propiedad: Convento de las Siervas de María, ministras de los enfermos. C/Sillería nº 4, 45001, Toledo.
Arquitecto: Javier Bajo Rodríguez.
Aparejador: Juan Francisco Serrano Quismondo
Constructor: Rehabilitaciones Adeva, s.l. [Jesús Adeva Alonso, Fausto Lara Cruz, Edisón Romero Arboleda]
Carpintería: Donato Conejo Martín
Restaurador: Alcaén Restaura. [Enrique de Lucas Tortajada. César Morales Calvo]

                                                                                                                                                                                                                                                                         Por Álvaro Sánchez Ballesteros.
 
1 comentario
  1. ana isabel
    ana isabel Dice:

    Bonita historia con final feliz. Gracias al Consorcio de Toledo por la labor tan importante que haceis en nuestra ciudad

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