El tejaroz parlante
Jose María Gutiérrez Arias
Hace pocos días publicábamos una entrada acerca del tejaroz que protege la fachada principal de la Posada de la Hermandad. Si lo recuerdan, con ese nombre definíamos a esos grandes aleros, colocados a modo de esbelta visera, que protegen puntos singulares de las fachadas exteriores o interiores de los edificios de cierta entidad, generalmente puertas principales o soportales de patios. Seguramente pensarán, no sin razón, que estos elementos no son muy habituales en la actual estampa arquitectónica de la ciudad y que poco podremos hablar de ellos. No obstante, todavía podemos comentar alguna cosa más acerca de estos extraordinarios sistemas constructivos.
Ya saben que este blog es una ventana hacia ese Toledo no tan conocido del que aparentemente hay poco que hablar, esa ciudad que hemos dejado de ver por diversas circunstancias: rutina, pereza, olvido o quizás esa ceguera, asociada siempre al desconocimiento de las cosas, ignorancia que nubla nuestro entendimiento y nos impide ver esos tesoros cercanos con los que convivimos. En esta entrada, y alguna que haremos en breve, contaremos algunos detalles sobre los tejaroces olvidados de la ciudad. Nuestro objetivo es conseguir acrecentar esa pequeña llama de interés hacia Toledo, un viejo candil que languidece en un olvidado y polvoriento rincón de nuestro interior.
Hoy lo haremos a modo de cuento, quizás de sueño, ¿no es eso quizás Toledo?
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“ … y me digo a mi mismo mientras camino: ¿te has visto? Caminas taciturno, paseas con la vista puesta en el suelo, parece que quisieras contar los cantitos rodados del suelo. Es ese un rosario de cuentas sin fin del que no se puede salir. Me regaño a mi mismo, no andes por la ciudad de esa manera, mira al frente – me susurro – … mira más bien a lo alto. Cuando estoy preocupado, desbordado por los afanes y trajines diarios, la vista parece de plomo y pensativa busca el suelo ¿estará escrito en el frío pavimento la ansiada solución a mis desvelos?.
Tengo dudas de ello, no lo creo. Una vez más me digo: la respuesta viene de arriba, trasciende por encima de las cosas, aleja tu vista del suelo y lleva tus ojos a las nubes del Cielo. Todo es ocasión de gracia, oportunidad de recibir, aprender y con humildad confiar. Y en esas elevadas meditaciones estoy cuando emboco, ahora más animado, ligero y presto, hacia la Plaza de Santa Isabel. Mirar a lo alto y oír una voz se hace de repente todo uno. La voz es ronca, profunda y solemne. Pensé al principio, emocionado, en una señal y mensaje divino pero la letanía que escucho, de resonancias moras, me hace dudar, parar … y escuchar de nuevo.
Al mirar a lo alto, veo arriba el imponente vuelo del alero del llamado Palacio del Rey Don Pedro. No hay humano, querubín o ingenio del que proceda la voz que en cascada desciende y que ahora anonadado escucho. Arriba, en la coronación del recio muro de mampostería y ladrillo, el tejaroz despliega sus dobles canes tallados, muy bellos los inferiores, con más labor de talla que los superiores. Atauriques, piñas, ganchos, modillones y cintas sin fin cubren tallados, a modo de tupida madreselva, la superficie de madera. En la base de apoyo, de donde surgen los canes, casi a modo de lanzas en ristre, hay una gran viga de la que surge la morisca voz. Sobre la superficie de madera hay una inscripción tallada en caracteres árabes … es el mismo edificio el que habla, habla de si mismo, del alero, habla también del Dios al que sirve, gime un cuento secreto, una alabanza a la divinidad. El polvo de las viejas tablas vuelve ronca la voz del tejaroz parlante:
« …. a tu flanco protegen … y a mi me cubre. Mano fuerte que a mi rostro y a mí lanzadas lanza.» «De dócil se las da y me importuna. ¡Qué seductor es! y está en mi alero.»
Tantas veces pasé bajo él y nunca escuché, fue mirar a lo alto y en un instante oír y entender la adivinanza escondida en el viento: protege el alero el frente del edificio, cubre sus flancos, son las vigas voladas del alero como lanzas clavadas en la testa del caserón, protesta el edificio con esos venablos empotrados en su rostro, en apariencia bellos y útiles … el edificio no los quiere, le importunan, le quitan protagonismo, todos los ojos, seducidos, miran a lo alto, resbala la vista del caminante sobre el recio muro mudéjar”
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Toledo es maravilloso. Caminante no dejes de mirar al suelo, al frente y a lo alto, mira y escucha con fe, los pavimentos, muros y aleros te hablan, hay una historia única escondida en ellos.
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Para saber más:
“Toledo a finales de la Edad Media II. El Barrio de San Antolín y San Marcos”: Páginas 84 y 85 (Jean Passini – Jean Pierre Molénat)
Magnifico ejemplo de un impresionante tejaróz , de nuestra impresionante medina andalusí Toledana tan poco reivindicada
Desde niño, cuando iba al colegio de Santa Isabel, ubicado en ese magnifico edificio, me llamó la atención.
Hoy quiero agradeceros la publicación que aparte de traerme recuerdos de la infancia, me ha servido para conocer el impresionante tejaroz de la época andalusí en Toledo.
Un saludo y reitero mi agradecimiento.
P.D.- Lo compartiré para ayudar a su divulgación.
Javier Rojas.
Las fotografías de ese gran alero de tejado o tejaroz son excelentes.
Se aprecia perfectamente el trabajo en la madera.
La próxima vez que vaya a Toledo, lo buscaré.