Una tienda en el desierto
Jose María Gutiérrez Arias
“La necesidad de nomadeo de estas gentes, acostumbradas a buscar el agua allí donde se encontrara, desapareció al llegar a tierras en las que el agua era abundante. Se hicieron sedentarios y su tienda fue sustituida por una construcción permanente que no era necesario volver a desmontar jamás” (Enrique Nuere Matauco)
Hamete Xarrafi, alfaquí de Tulaytula, sestea plácidamente recostado en un cómodo diván. Sobre su cabeza, mirando hacía arriba, observa las lacerías del techo y disfruta de la fresca umbría que el forjado de madera crea a su alrededor. Su mente, sus pensamientos, vuelan lejos, a medias despierto, otro tanto dormido, recuerda las historias de sus abuelos, nómadas del desierto… Una tienda en el desierto. Las telas acunadas por la caricia del viento proporcionan intimidad en la inmensidad desnuda del arenal. Esas telas decoradas con lacerías, entrelazadas en un juego geométrico sinfín, se han convertido ahora, en la casa de Hamet, en abigarradas azulejerías que protegen los bajos de los muros. A media altura, en labores de yesería labradas por manos de hábiles alarifes. En lo alto, en tableros de madera ataujerados con ruedas de estrellas de carpinteros de lo blanco. Las ricas alfombras extendidas sobre la arena son ahora suelos de barro cocido y esmaltados colores, espiguillas de ladrillo, baldosas con urdimbre de cuerda seca. Los leopardos y leones que flanqueaban los cojines del señor del desierto siguen vigilando ahora, pétreos y fieros, escondidos entre las yeserías. Hamet siente por un momento el frescor del estanque del oasis frente al que estaba montada la jaima de sus ancestros. El ruido del agua le hace abrir por un instante los ojos y contemplar la fuentecilla situada en el centro del patio. El palacio, el salón donde la hospitalidad de su casa se hace recuerdo del gran espacio central de la tienda, lugar para recibir al viajero o la visita. Las alcobas laterales, la marca indeleble de los dos extremos bajos de la tienda, refugio mínimo de intimidad.
Hamet duerme largo rato, al despertar, la noche se ha hecho dueña de la casa, desde su diván vuelve a mirar a lo alto, arriba, hacia la caja del patio, sobre la nocturna bóveda celeste se despliegan miles de estrellas, esas mismas estrellas que vieron sus abuelos sentados a la puerta de la tienda del desierto.
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Me ha dejado gratamente asombrado esa bonita “alfombrilla ” de azulejos toledanos que ha perdido la policromía de los esmaltes, pero es capaz todavía de mostrarnos el bello trazado geométrico que realizara el alarife. Me figuro que estará en alguno de esos conventos femeninos que tantos tesoros han sabido guardar para el deleite de quienes los pueden contemplar. Me gusta. enhorabuena.
Esa foto pertenece al trascoro del Convento de Santo Domingo el Antiguo. Gracias por el comentario D. José. Un saludo
Me encanta!
Muchas gracias. Un saludo
Qué preciosidad de fotos. Uno cree que lo ha visto todo y, de repente, esta ciudad te la devuelve y te pone en tu sitio. Todas las últimas fotos no se me ocurre ni por asomo de dónde pueden ser, las anteriores a la última de la jaima… ¿Forman parte de alguna de las actuaciones del Consorcio?
Gracias por el comentario.
Es verdad que Toledo nos sorprende constantemente. Todas las fotos corresponden a Toledo, exceptuando lógicamente las imágenes de los oasis. La fotos con elementos de carpintería, tabica con escritura cúfica y canecillos con atauriques y rosetas, pertenecen al edificio situado en la Calle de las Bulas nº 21. La yesería policromada en verde corresponde al claustro principal del Convento de la Concepción Francisca. El solado en lacería pertenece a la Sala Capitular del Convento de Santo Domingo el Antiguo. La fotografía en la que se ve parcialmente un arco y las paredes forradas de azulejos corresponde al inmueble sito en la Calle Instituto nº 1. Las yeserías con los leones corresponden al Convento de la Concepción Francisca. En estos inmuebles sólo hemos intervenido en Bulas nº 21 …
Un saludo.